El Amor y la Sabiduría: Claves para una Vida Plena

Hubo una vez una isla donde habitaban todas las emociones y todos los sentimientos humanos que existen.

Convivían, por supuesto, el Temor, la Sabiduría, el Amor, la Angustia, la Envidia, el Odio. Todos estaban allí. A pesar de los roces naturales de la convivencia, la vida era sumamente tranquila e incluso previsible.

A veces la Rutina hacía que el Aburrimiento se quedara dormido, o el Impulso armaba algún escándalo, pero muchas veces la Constancia y la Conveniencia lograban aquietar al Descontento.

Un día, el Conocimiento les dio la mala noticia que la isla se hundía, y les sugirió que construyeran un barco, un bote, una balsa, o algo que les permitiera irse, porque el que permaneciera en la isla desaparecería con ella.

Emociones

Le preguntaron todos, si él, podría ayudarlos, a lo cual, el conocimiento les contestó que no, que la Previsión y  él, habían construido un avión y en cuanto terminara de decirles, volarían hasta la isla más cercana.

Todas las emociones, en efecto, se dedicaron a construir un bote, un barco, un velero… Todas… salvo el Amor. Porque el Amor estaba muy relacionado con cada cosa de la isla y además, estaba velando porque todos estuvieran en sus barcos.

La isla se hundía cada vez más…

Sin embargo, el Amor no podía pensar en construir, porque estaba tan dolorido que sólo era capaz de llorar y gemir por lo que perdería.

Y la isla se hundía cada día un poco más…

Y el Amor se refugiaba cada día en un espacio más pequeño…Hasta que, finalmente, sólo quedó una minúscula porción de suelo firme; el resto había sido tapado completamente por el agua.

Justo en ese momento, el Amor se dio cuenta de que la isla se estaba hundiendo de verdad.

Comprendió que, si no dejaba la isla, el amor desaparecería para siempre de la faz de la Tierra…

Caminando entre senderos anegados y saltando enormes charcos de agua, el Amor se dirigió a la bahía.

Ya no había posibilidades de construirse una salida como la de todos; había perdido demasiado tiempo en negar lo que perdía y en llorar lo que desaparecía poco a poco ante sus ojos.

Desde allí podría ver pasar a sus compañeros en las embarcaciones.

Tenía la esperanza de explicar su situación y de que alguno de sus compañeros le comprendiera y le llevara.

Observando el mar, vio venir el barco de la Riqueza y le hizo señas. La Riqueza se acercó un poquito a la bahía.

Riqueza, tú que tienes un barco tan grande, ¿no me llevarías hasta la isla vecina? Yo sufrí tanto la desaparición de esta isla que no pude fabricarme un bote…

Y la Riqueza le contestó:

Estoy tan cargada de dinero, de joyas y de piedras preciosas, que no tengo lugar para ti, lo siento… -y siguió su camino sin mirar atrás.

El Amor siguió observando, y vio venir a la Vanidad en un barco hermoso, lleno de adornos, caireles, mármoles y florecitas de todos los colores. Llamaba mucho la atención.

El Amor se estiró un poco y gritó:

¡Vanidad… Vanidad… Llévame contigo!

La Vanidad miró al Amor y le dijo:

Me encantaría llevarte, pero… ¡Tienes un aspecto!… ¡Estás tan desagradable… tan sucio y tan desaliñado!… Perdón, pero creo que afearías mi barco -y se fue.

Y así, el Amor pidió ayuda a cada una de las emociones. A la Constancia, a la Serenidad, a los Celos, a la Indignación y hasta al Odio. Y cuando pensó que ya nadie más pasaría, vio acercarse un barco muy pequeño, el último, el de la Tristeza.

Tristeza, hermana -le dijo-, tú que me conoces tanto, tú no me abandonarías aquí, eres tan sensible como yo… ¿Me llevarías contigo?

Y la Tristeza le contestó:

Yo te llevaría, te lo aseguro, pero estoy taaaaaaaaan triste… que prefiero estar sola. -Y sin decir más, se alejó.

Y el Amor, pobrecito, se dio cuenta de que por haberse quedado ligado a esas cosas que tanto amaba, él y la isla iban a hunidrse en el mar hasta desaparecer.

Entonces, se sentó en el último pedacito que quedaba de su isla a esperar el final…

De pronto, el Amor escuchó que alguien chistaba:

Chst-chst-chst…

Era un desconocido viejito que le hacía señas desde un bote de remos. El Amor se sorprendió:
Anciano-Remando

¿A mi? -preguntó, llevándose una mano al pecho.

Sí, sí -dijo el viejito-, a ti. Ven conmigo, súbete a mi vote y rema conmigo, yo te salvo.

El Amor le miró y quiso darle explicaciones:

Lo que pasó fue que me quedé…

Entiendo -dijo el viejito sin dejarle terminar la frase-, sube.

El Amor subió al bote y juntos empezaron a remar para alejarse de la isla. No pasó mucho tiempo antes de ver cómo el último centímetro que quedaba a flote terminó de hundirse y la isla desaparecía para siempre.

Cuando llegaron a la isla vecina, el Amor comprendió que seguía vivo. Se dio cuenta de que iba a seguir existiendo.

Giró sobre sus pies para agradecerle al viejito, pero éste, sin decir una palabra, se había marchado misteriosamente como había aparecido.

Entonces, el Amor, muy intrigado, fue en busca de la Sabiduría para preguntarle:

¿Cómo pudo ser? Yo no lo conozco y me salvó… Nadie comprendía que me hubiera quedado sin embarcación, pero él me ayudó, él me salvó y yo ni siquiera sé quien es…

La sabiduría lo miró a los ojos un buen rato y dijo:

Él es el único capaz de conseguir que el amor sobreviva cuando el dolor de una pérdida le hace creer que es imposible seguir adelante. El único capaz de darle una nueva oportunidad al amor cuando parece extinguirse.

El que te salvó, Amor, es el Tiempo.

El Amor y la Sabiduría: Claves para una Vida Plena


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